lunes, 22 de marzo de 2021

El páramo de las palabras

Llevo una temporada sin verter ni una sola palabra.

En mi caso no sé si por saturación, tiempo, o falta de creatividad me he visto abocado a un largo periodo de silencio.

Hoy me he decidido a escribir para contaros precisamente esto: la insuficiencia de palabras, frases y oraciones que me llevan a un letargo pocas veces experimentado.

Y eso que tanto mi vida profesional como la actualidad dan para escribir mucho y bien.


Tal y como le confesaba a un buen amigo y mejor persona, la escritura, el blog, es un espacio que he creado para mi mismo, que comparto con los demás, pero que me sirve, básicamente, para volcar todo aquello que pienso y siento cuando me entra la necesidad de hacerlo.

Pero ese “sacarlo fuera” no es de cualquier manera. Es, desde la palabra, con la palabra y para la palabra. Expresando sentimientos, emociones, realidades, e ideas que quizás, en otras circunstancias, nunca hubiera contado.

Por esa misma razón, por la idea de servir de “válvula de escape”, todavía tiene menos sentido para mí esta sequía, este páramo literario que ha hecho de mi vida un algo intrascendente para los demás y una especie de jaula o espacio cerrado para mi mentalidad.

Es curioso observar, desde dentro, como el bloqueo lleva a un cerramiento aún mayor. Es como si la realidad estuviese ahí fuera, pero no quisiera alcanzarla.

Es como si mi mente no quisiera escribir palabras con renglones torcidos, sin saber qué decir ni por qué comunicar.

Qué sorpresa viéndome ahora mismo, escribiendo algo, quizás sin sentido para ti que me lees.

Cuántas cosas creo que tengo que decir y que pocas palabras.

No sé si es bueno el dicho de: “sino sabes de que hablar, mejor no decir nada”. Y la nada es lo que nos queda cuando nada comunicamos.

Existimos porque existen los demás. Existimos porque comunicamos y nos comunican. Somos conscientes de nuestra existencia gracias al otro. Y a veces, no decir nada, no es una opción.

Por eso, y cierro un primer renglón, hoy escribo estas líneas torcidas. Con palabras que lo dicen todo, aunque a veces, para ti o para mí, no digan nada.

Es la eterna paradoja. Esa en la que estamos todos y todas.

Sigo aprendiendo, ¿me acompañas?

Jesús.

 

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